lunes, 11 de septiembre de 2023

Por qué algunos países de Europa del Este no quieren refugiados en sus fronteras


Uno de los hechos más sorprendentes de la actual crisis de refugiados –en su inmensa mayoría procedentes de Siria- es la negativa de algunos grupos sociales y países europeos concretos a permitir su entrada (detalles aquí). La pregunta es clara: ¿por qué la República Checa, Eslovaquia, Hungría y Rumania son tan reticentes y se niegan a recibir refugiados procedentes de Siria? Difícil respuesta. En principio, estos países tienen un PIB per cápita inferior a los países occidentales (detalles aquí) y son antiguos países del bloque soviético durante la Guerra Fría. Desde las ciudades de Europa Occidental esto se percibe como una falta de solidaridad y más aún si cabe cuando estos países han recibido generosas ayudas de la Unión Europea. Por otro lado, el ejemplo dado por Alemania (más detalles aquí y aquí) ayuda a que este país se reconcilie con la historia.



Ejemplo tarjeta identidad (original aquí)
En mi opinión y siguiendo las tesis expuestas por Lowe (más que excelente su libro Continente Salvaje), las razones hay que buscarlas en el caos que se originó al finalizar la II GM. La Europa que conocemos nació dentro de ese caos. En principio, la guerra vino provocada un conflicto ideológico de tal forma que los ideólogos de derechas llamaron bolcheviques o terroristas a cualquiera que tuviera ideas de izquierda, aunque fueran moderadas. Por su parte, para los ideólogos de izquierdas todas aquellas personas que no compartiesen su forma de ver las cosas eran automáticamente etiquetadas como fascistas imperialistas, reaccionarios y parásitos. Esto provocó que mucha gente se viera obligada a tomar partido por un bando u otro con consecuencias dramáticas para el bando perdedor. Pero la II GM no sólo fue un conflicto ideológico, también fue una guerra racial y étnica. Más de 10 millones de personas fueron exterminadas por pertenecer a un determinado grupo racial o étnico. Los nazis clasificaron a toda la población europea mediante tarjetas de identidad con un color diferente según el origen étnico (aquí y aquí). A tales efectos, crearon un sistema burocrático enorme para clasificar poblaciones enteras por razas. Así por ejemplo, en Polonia se ideó un sistema jerárquico de razas que ponía en lo más alto a los alemanes del Reich, después situaba a las personas de etnia alemana, luego a las minorías privilegiadas (ucranianos), a continuación los polacos y en las últimas escalas se situaban gitanos y judíos. A veces la elección era difícil (por ejemplo, se podía ser polaco de nacimiento, lituano de nacionalidad y alemán de origen étnico) y en esos casos la decisión era tomada al azar o en función de los beneficios que pudiera aportar una determinada etnia.

Al finalizar la II GM la gente intentó olvidar las penurias vividas con la idea de construir una nueva Europa. Sin embargo, los primeros años de postguerra en Europa fueron durísimos. Tras el Tratado de Versalles (1919) (véase el libro de MacMillan: París, 1919. Seis meses que cambiaron al mundo) las fronteras se desplazaron para satisfacer a las personas que vivían en una región determinada. Sin embargo, al finalizar la II GM los gobiernos europeos decidieron trasladar a la gente para que se adaptara a las nuevas fronteras. A consecuencia de ello los conflictos surgidos por problemas raciales y étnicos siguieron después durante meses e incluso años, afectando a numerosos países. De hecho, tras el final de la guerra en 1945 se expulsaron a comunidades enteras de zonas en las cuales habían vivido durante siglos. Los criterios que se aplicaron fueron las declaraciones que habían escrito las personas en sus tarjetas de identidad de tiempos de guerra. La obsesión fascista por la pureza racial, no sólo en las zonas ocupadas por Alemania, sino en todas partes, tuvo una influencia brutal en el comportamiento futuro de los europeos. Obligó a todo el mundo a tomar partido, quisieran o no. Lamentablemente la raza se convirtió en un problema irresoluble entre comunidades que habían vivido relativamente de forma pacífica. 

Original aquí
Y los primeros que sufrieron las consecuencias fueron… nuevamente los judíos. Los judíos de todas las nacionalidades descubrieron que el fin del nazismo no significó el final de su persecución. Más bien al contrario. El antisemitismo y la violencia contra los judíos resurgieron por todas partes (incluso en lugares que nunca fueron ocupados, como GBR). En algunos lugares de Europa esta violencia fue extrema, ya que la población local consiguió expulsar definitivamente a los judíos de sus comunidades. ¿Por qué? Después de la liberación, el continente entero empezó a construir mitos de unidad dentro de la adversidad. Estos mitos satisfacían a casi todos: antiguos colaboracionistas que querían una oportunidad para volver a la normalidad (por ejemplo, noruegos, daneses, belgas, franceses e italianos construyeron historias sobre las injusticias que sufrieron durante la guerra para ocultar una colaboración generalizada), ciudadanos que estaban deseosos de olvidar de la guerra y políticos que querían reconstruir un sentimiento de orgullo nacional. A nivel internacional, la idea de que todas las naciones europeas habían sufrido juntas el nazismo constituía un buen inicio para reconstruir un sentimiento común de hermandad entre naciones maltratadas. Sin embargo, la presencia de los judíos ponía en ridículo tales mitos. No solo habían sufrido muchísimo más que cualquier otro grupo, sino que ninguno de los demás había acudido en su ayuda.

Tal vez aquí esté la clave de por qué, después de la guerra, se ignoró la difícil situación de los judíos que regresaban. Resultó más fácil fingir que lo que les había ocurrido a los judíos, era exactamente lo mismo que les sucedió a todos los demás. A diferencia de lo que ocurrió en el este de Europa, donde el Holocausto tuvo lugar delante de la gente (todo el mundo sabía de la existencia de las cámaras de gas y el exterminio), en el oeste muchos ignoraban por completo lo que les sucedía a los judíos tras ser deportados. Antes de que se estrenaran las películas sobre campos de concentración, las historias sobre asesinatos masivos a escala industrial se rechazaban a menudo por considerarse exageraciones. Cuando los supervivientes de los campos de concentración fueron llegando a sus antiguos países se vieron como ignorados, marginados y silenciados.

No fue la única sorpresa que se encontraron. Durante la guerra todas las propiedades judías fueron expoliadas en todos los lugares y a todos los niveles. Ejemplos. En el barrio judío de Ámsterdam las casas fueron despojadas de todo, hasta las ventanas de madera y los marcos de las puertas (por cierto, de los 110,000 judíos holandeses que fueron deportados a campos de concentración únicamente regresaron unos 5,000). En Hungría, Eslovaquia y Rumanía, la propiedades se repartieron entre los más pobres y también entre el resto de la comunidad. Cuando los judíos regresaron estas propiedades no fueron devueltas. En Hungría la violencia antisemita supuso el saqueo de casas y comercios, linchamientos y asesinatos, y la quema de edificios judíos como sinagogas. Además de violencia, los judíos se vieron obligados a sufrir toda forma habitual de antisemitismo no violenta: discriminación, intimidación, abuso verbal, etc. El nivel de odio racial era tan alto que era imposible justificarlo como una mera disputa sobre la propiedad. ¿Quiénes realizaban estos ataques? Aquellas personas que estaban en una situación realmente penosa (la inflación llegó a situarse en torno al 160% en 1946). La gente culpaba de esto (i) a los estraperlistas y los especuladores que acumulaban comestibles y (ii) a los soviéticos por la destrucción que habían causado, por los saqueos sistemáticos y por las sumas excesivas que exigían como indemnización de guerra. La mayoría de las comunidades del este de Europa empezó a asociar a los judíos con los especuladores y los comunistas. ¿Qué hicieron los comunistas soviéticos y los comunistas no soviéticos? Los comunistas desde el verano de 1946 comenzaron a pronunciar discursos en contra del mercado negro que era una forma indirecta de declarar especuladores a los judíos. Imprimían carteles representando a los judíos con rasgos semitas exagerados a semejanza de las imágenes nazis. Existen incluso pruebas convincentes de que los comunistas orquestaron el linchamiento de judíos en Miskolc como un experimento para canalizar la ira popular (más detalles en Lowe 2015, p. 242).

Kielce, 4 julio 1946
Pero donde peor les fueron las cosas a los judíos a su regreso, fue en el país donde se ubicaron el gueto de Varsovia, Treblinka, Sobibor o Auschwitz… o sea, Polonia (a ver si no fue casualidad que los nazis instalasen los campos de exterminio en Polonia, nunca lo sabremos). Según detalla Lowe, al menos 500 y 1,500 judíos fueron asesinados por polacos entre la rendición alemana y el verano de 1946 (p. 244). En estos asesinatos participaba todo la comunidad: población civil, policías, soldados e incluso en Kielce, el cardenal Hlond justificó el antisemitismo debido a que los judíos ocupaban puestos destacados en el gobierno. En definitiva, toda la variedad étnica y cultural que existía en Polonia antes de la guerra desapareció por completo.

La única alternativa de los judíos fue la huida. Entre 1946 y 1950 casi 300,000 judíos huyeron de Polonia (200,000), Hungría (18,000), Rumania (19,000) y Checoslovaquia (18,000). En primera instancia, se dirigieron a los campos de desplazados de Alemania, Austria e Italia (paradojas de la vida: resulta que los judíos estaban más seguros en el país que comenzó las persecuciones). La mayoría quería ir a Palestina y en mucha menor medida hacia GBR (y sus colonias) y EEUU. Salvo GBR casi todas las naciones les ayudaron a lograr su objetivo. Los soviéticos estaban encantados; los polacos y los húngaros les hicieron la vida imposible; los rumanos, búlgaros, yugoslavos, italianos y franceses les proporcionaron puertos de embarque o barcos con destino a Palestina (rara vez hicieron algún esfuerzo por retenerles). Los americanos presionaron para que los británicos aceptasen a 100,000 judíos (tampoco es que los norteamericanos fueran excesivamente generosos: la directiva de desplazados del presidente Truman sólo permitió de forma oficialmente la entrada a 12,849 judíos). ¿Por qué se oponían los británicos? Los británicos se oponían ya que muchos de los que huían no eran supervivientes de los campos de exterminio nazis sino que procedían de la URSS (sobre todo Kazajistán) y además suponía dar implícitamente la razón a los nazis cuando decían que no había sitio para los judíos en Europa. Sin embargo, sus motivos eran políticos y muy distintos: no querían crear una situación explosiva entre árabes y judíos (es lo que tiene repartir Oriente Próximo en 1921 sin tener en cuenta a nadie y en especial a los árabes; detalles aquí).

Pero todavía hay más cosas que explicar. El pueblo judío no fue el único a quien echaron de sus ciudades de origen. Las atrocidades de la guerra lo cambiaron todo y alentaron la limpieza étnica. Durante la guerra millones de trabajadores fueron esclavizados en contra de su voluntad, y otros tantos murieron a fuerza de trabajar. Al finalizar la contienda, distintos grupos sociales culparon a sus gobernantes de haberles arrastrado a la guerra, al tiempo que despreciaron a los empresarios y a los políticos por su relativa colaboración con el enemigo. Europa estaba destruida, colapsada y al borde de la inanición. En este contexto, los comunistas procedentes de la URSS se vieron como una alternativa radical y populista que además ofrecía una oportunidad de venganza contra todos aquellos que habían traído la miseria a la gente. En opinión de Lowe (p. 420), “el odio fue la clave del éxito del comunismo en Europa. El comunismo no sólo alimentó la animosidad contra los alemanes, los fascistas y los colaboracionistas; también incitó a una nueva aversión hacia la aristocracia y las clases medias, los terratenientes y los kulaks. Después, a medida que la guerra mundial se convertía poco a poco en la Guerra Fría, estas pasiones se tradujeron en inquina hacia EEUU, el capitalismo y Occidente. A cambio, todos esos grupos también aborrecieron el comunismo en igual medida”. En otras palabras, tanto los nazis como los soviéticos atizaron durante la guerra los enfrentamientos entre los distintos grupos étnicos. Al acabar la guerra, este enfrentamiento étnico siguió siendo alentado por los comunistas y los nacionalistas quienes vieron una gran oportunidad en la violencia y el caos. Ambos grupos aspiraban a la creación de estados-nación étnicamente puros en el centro y este de Europa.

Esta limpieza étnica que destruyó siglos y siglos de diversidad cultural en Europa del Este se realizó en menos de diez años a través de los siguientes procesos: (i) holocausto judío perpetrado por los nazis durante la guerra; y una vez finalizada la contienda, (ii) acoso a los judíos que regresaron a sus hogares después de la guerra; (iii) expulsión de todas las minorías alemanas que vivían fueran de Alemania; (iv) expulsión del resto de las minorías étnicas; (v) integración forzosa de todas aquellas comunidades que no pudieran ser expulsadas.

Refugiados alemanes, c. 1945-50
Sobre el holocausto judío y la expulsión de los mismos he hablado anteriormente y tenéis más detalles aquí. En este post voy a centrarme en un aspecto menos conocido y difundido, la expulsión de todas las minorías que convivían en Europa Central y del Este. Comenzamos con la expulsión de las minorías alemanas. Muchas naciones explotaron el odio hacia los alemanes en el periodo de posguerra para expulsar a las antiguas comunidades alemanas que habían vivido por todo el este de Europa durante cientos de años. Tras los acuerdos de Yalta y Postdam se acordó que casi 12 millones de personas de origen alemán debían incorporarse a una Alemania totalmente destruida: 7 millones procedían de Polonia, 3 de Checoslovaquia y otros 2 del resto de países (principalmente Hungría y Rumania). 
Alemania, c. 1945-50
Varios miles de refugiados alemanes murieron después de su llegada a Alemania (únicamente había ruinas con una grave escasez de alimentos, medicinas y viviendas). Antes de que se hubiera expulsado a los alemanes de Polonia y Checoslovaquia, ya se estaba cambiando los nombres de las ciudades, los pueblos y las calles. En el caso de pueblos que nunca antes tuvieron nombres polacos o checos se inventaron unos nuevos. Además los monumentos alemanes fueron derribados y se prohibió hablar la lengua alemana. En definitiva, esta fue la reacción que tuvieron los países invadidos por la Alemania nazi y su política racial. La mayoría de estos países justificaron estas políticas para evitar conflictos futuros y ninguno aplicó la política de genocidio industrial de los nazis. En cualquier caso, el único lugar que acogió a los alemanes al finalizar la II GM fue la propia Alemania. Estas expulsiones crearon un resentimiento entre los alemanes que nunca ha desaparecido. En 2009 el presidente Václav Klaus de la República Checa se negó a firmar el Tratado de Lisboa que otorgaba nuevos poderes a la UE. El gobierno checo temía que grupos de origen alemán pudieran realizar reclamaciones legales contra su país. De hecho, Klaus retuvo el tratado durante varias semanas hasta que se concedió a los checos una opción de exclusión voluntaria de ciertas cláusulas relevantes.

Esta política contra las minorías alemanas era la que estaban teniendo lugar en toda Europa. Polonia aprovechó el odio hacia los ucranianos para lanzar un programa de expulsión e integración forzosa. Eslovacos, húngaros y rumanos emprendieron una serie de intercambios de población. Los chams albaneses fueron expulsados de Grecia y los rumanos de Ucrania. 250,000 finlandeses fueron obligados a abandonar Karelia occidental cuando la zona fue cedida finalmente a la URSS al acabar la guerra. En 1944 Stalin deportó a los tártaros de Crimea y posteriormente los dispersó por las repúblicas de Asia Central por haber colaborado con los nazis durante la guerra (tras la desintegración de la URSS en 1991, un cuarto de millón de tártaros decidió volver a sus hogares en Crimea para formar asentamientos ilegales en tierras desocupadas). Hacia 1950 Bulgaria inició la expulsión de 140,000 turcos y gitanos a través de su frontera con Turquía. Miles de italianos fueron masacrados por los partisanos yugoslavos en 1945 y otros tantos expulsados de Yugoslavia al finalizar la guerra. Claro que solo había que remontarse cuatro años antes para observar como los fascistas italianos invadieron Yugoslavia e instalaron en el poder a los ustachas croatas: uno de los regímenes más repulsivos y sanguinarios de Europa durante la guerra (detalles aquí). El ejemplo yugoslavo nos ilustra claramente que las cicatrices de la guerra no cosieron bien. Después de la guerra, Yugoslavia fue el único país del este de Europa que no llevó a cabo un programa de expulsiones y deportaciones étnicas debido fundamentalmente a la Guerra Fría. En otras palabras, serbios, croatas y musulmanes seguían viviendo en comunidades mixtas por toda la región. Sin embargo, con la caída del muro de Berlín y la desintegración de la URSS, las viejas tensiones resucitaron rápidamente. Cuando estalló la guerra civil en Yugoslavia a principios de la década de 1990 (vídeo The death of Yugoslavia BBC), los que desataron este conflicto civil utilizaron la II GM y sus secuelas para justificar sus actos. Se recuperaron los viejos símbolos de 1945, recreándose de forma consciente aquella época: las violaciones en masa, las matanzas de civiles y la limpieza étnica a gran escala (más aquí).

Polonia vs. Ucrania

Las tierras fronterizas del este de Polonia fueron invadidas tres veces durante la guerra: primero por los soviéticos (pacto Molotov-Ribbentrop y las fosas de Katyn), luego por los nazis, y finalmente otra vez por los soviéticos. ¿Cómo reaccionaron las diversas comunidades étnicas -polacos, ucranianos y judíos- a las distintas invasiones? La mayor parte de la población polaca resistió por igual a los nazis y a los soviéticos. La población ucraniana estaba más dividida. Casi todos ellos temían y odiaban a los rusos por la brutalidad con la que habían gobernado la parte soviética de Ucrania durante la década de 1930. Por tal razón, muchos ucranianos acogieron a los alemanes como libertadores. Los judíos esperaban que la invasión soviética les librase del antisemitismo polaco y ucraniano. Al final acabaron desconfiando de todos por razones obvias.

Volinia. Original aquí
Durante la II GM los nazis se aprovecharon de los sentimientos nacionalistas de los ucranianos para reprimir al resto de la población (ya lo hicieron previamente con los Ustacha en Croacia o con la Guardia de Hierro de Rumania); para ello se apoyaron en la Organización de Nacionalistas Ucranianos (OUN), cuyo lema era “Ucrania para los ucranianos”. Entre 1941 y 1942, casi 12,000 policías ucranianos mataron a más de 200,000 judíos volinianos. A finales de 1942 cuando los nazis tuvieron que replegarse, estos policías o grupos armados desertaron para unirse a una facción partisana (Ejército Insurgente Ucraniano) de la OUN. Estos grupos ucranianos perpetraron auténticas masacres contra los polacos mediante el exterminio de comunidades enteras incluyendo ancianos, mujeres y bebés recién nacidos. Según fuentes polacas pero también alemanas y soviéticas, los partisanos ucranianos se complacían decapitando, crucificando, desmembrando y destripando a sus víctimas. Muchas veces se exhibían los cuerpos en un intento consciente de aterrorizar al resto de la comunidad polaca. Esto ocurrió por todo el este de Polonia/oeste de Ucrania. Igualmente todos los ucranianos que intentaron dar cobijo a sus vecinos polacos fueron asesinados.

En 1944 llegaron los soviéticos y muchos polacos se unieron al Ejército Rojo o al NKVD con el firme propósito de vengarse. Lo que empezó en Volinia se extendió a Galitzia y al centro de Polonia. Los polacos y los ucranianos se mataban entre sí, quemando los pueblos de unos y de otros con un entusiasmo que excedía con mucho cualquiera de sus acciones contra los ocupantes alemanes o soviéticos. Los historiadores estiman que fueron asesinados más de 90,000 polacos y 20,000 ucranianos. Ante esta situación, los soviéticos decidieron cortar por lo sano: los polacos en Polonia y los ucranianos en Ucrania, proponiendo como frontera la denominada línea Curzon. La ciudad polaca de Lvov fue otorgada a Ucrania, Brest-Litovsk regalada a Bielorrusia, y Wilno (hoy día Vilnius) entregada a Lituania. Esto significaba dar por buena por la invasión soviética de Polonia de 1939. En otras palabras, en sus planes de reparto de zonas estratégicas tras el final de la guerra Churchill y Roosevelt cedieron ante Stalin. Tras la celebración de Yalta comenzó a deportación de polacos.

Entre 1944 y 1946, casi 800,000 polacos fueron “sacados” de la Ucrania soviética, 230,000 fueron expulsados de Bielorrusia y 170,000 de Lituania. En definitiva, casi 1,2 millones de personas de origen polaco fueron reubicados en Polonia. Con la bendición de los soviéticos, los polacos respondieron con la misma medicina y repatriaron a casi de 500,000 ucranianos procedentes de Galitzia. A finales de 1945, los ucranianos empezaron a percibir que estar bajo la URSS no era demasiado agradable en una Ucrania completamente devastada. ¿Qué hicieron los polacos con los ucranianos que no querían marcharse de Polonia?

Los polacos recurrieron a la Operación Vístula (programa de integración forzosa que hizo pedazos las comunidades ucranianas y las dispersó por el norte y el oeste del país) que reubicó a los ucranianos en los antiguos territorios alemanes de Prusia Oriental, Pomerania y Silesia (recordemos que los polacos expulsaron a más de 7 millones de alemanes), al tiempo que les obligaron a cambiar su forma de hablar, de vestir, su culto y la educación que recibían. Todos los niños estaban obligados a hablar polaco en la escuela y la literatura ucraniana estaba completamente prohibida. En suma, la Operación Vístula fue el acto final de una guerra racial iniciada por Hitler, continuada por Stalin y finalizada por las autoridades polacas. A finales de 1949 apenas quedaban minorías étnicas en Polonia (por su parte, en las zonas orientales de Ucrania continuó conviviendo una importante minoría polaca y judía). En su momento esta medida represora fue considerada un éxito total. Sin embargo, desde 1990, lemkos y ucranianos han defendido cada vez más sus derechos étnicos comunes. Han creado grupos de presión políticos y han exigido en repetidas ocasiones la devolución de las propiedades que les fueron arrebatadas tras la guerra.

Hungría vs. Eslovaquia

Minoría húngara en Eslovaquia, 2001
Los eslovacos odiaban a la minoría húngara casi más que a los alemanes. ¿Por qué? Antes de que empezara formalmente la II GM en 1939, los húngaros –aprovechando la anexión nazi de los Sudetes- se apropiaron de zonas de Eslovaquia. Cuando esas tierras fueron devueltas a los eslovacos comenzó la expulsión de los más de 30,000 húngaros que se ubicaron desde 1938. Sin embargo, para la mayoría de los eslovacos esto no era suficiente: exigían la expulsión total de los húngaros (600,000) e incluso hablaban de buscar una solución final al problema húngaro. En 1946 el gobierno expulsó a unos 44,000 húngaros de las zonas fronterizas eslovacas y dispersó al resto por toda Checoslovaquia. Posteriormente unos 70,000 húngaros fueron enviados a Hungría como parte de un programa de intercambio de poblaciones que contempló la repatriación de una cantidad similar de eslovacos a Checoslovaquia. Y es que los húngaros tampoco eran inocentes. Todo lo contrario. Desde el final de la guerra el antisemitismo y el odio hacia los gitanos aumentaron en Hungría como no se veía desde 1940. Finalmente, viendo el fracaso que supuso la deportación de los alemanes hacia Alemania, Checoslovaquia no fue autorizada por la comunidad internacional a convertirse en el estado-nación homogéneo que aspiraba a ser. Su respuesta consistió en implementar una política de re-eslovaquización que restablecía los derechos civiles a los húngaros, a cambio de que renunciaran por completo a su identidad húngara y se declarasen oficialmente eslovacos. Como se puede imaginar el lector este programa no hizo absolutamente nada por integrar a los húngaros en la sociedad checoslovaca. Más bien al contrario, los húngaros comenzaron a ser vistos como la fuente de todos los males mientras se corría un tupido velo sobre la actitud colaboracionista de los eslovacos.

BBC Timisoara, c. 1989
¿Cuáles fueron las conclusiones de estos desplazamientos forzosos a largo plazo? En mi opinión, el este de Europa dejó desafortunadamente de ser una sociedad multicultural como lo había sido durante siglos. La mezcolanza de judíos, alemanes, magiares, eslavos, musulmanes y docenas de otras razas y nacionalidades desapareció. En prácticamente uno o dos años, la proporción de minorías nacionales se redujo a más de la mitad. En su lugar, se conformaron un grupo de estados-nación monoculturales donde el origen étnico de las poblaciones era más o menos homogéneo. Por si el cóctel fuera poco explosivo, estos países después de las atrocidades de la guerra estuvieron sujetos a férreas dictaduras comunistas durante casi 40 años. Especialmente dramático fue el caso de Rumania, donde la toma del poder parte de los comunistas fue rápida y despiadada. La dictadura comunista auspiciada por la URSS –la reacción de Occidente no pasó más allá de la indignación- trajo consigo la depuración de profesores, el cierre de todos los colegios religiosos o extranjeros, la prohibición de los libros de texto que no fueran comunistas (preceptos marxistas-leninistas). A los hijos de la clase media (burgueses) les negaron la educación en favor de los hijos de los trabajadores. Incluso algunos estudiantes fueron expulsados de las escuelas politécnicas porque sus abuelos tuvieron una casa en propiedad. En las bibliotecas solo había libros que reflejasen la visión estalinista del mundo. Las iglesias fueron despojadas de sus bienes y el estado se hizo cargo de sus escuelas (fueron prohibidos bautismos, bodas eclesiásticas y celebraciones navideñas). La supresión de la libertad de expresión vino acompañada de una centralización brutal y la abolición de la propiedad privada. El transporte, la industria, la minería, los seguros y la banca fueron nacionalizados. La colectivización de la agricultura llevada de forma totalmente antidemocrática (más de 80,000 campesinos rumanos procesados) provocó una gran escasez de alimentos. Con estos antecedentes, tal vez no sea tan sorprendente que Ceausescu fuera el único dirigente de los antiguos países bajo la órbita soviética fusilado junto a su mujer en 1989. Fue acusado de genocidio, daño irreversible a la economía rumana, enriquecimiento desmedido y uso del ejército contra la población civil.

Vallas en Hungría, septiembre 2015 BBC
En suma, muy probablemente todos estos hechos expliquen gran parte de las razones por las cuales Hungría, la República Checa, Eslovaquia y Rumania se oponen a la entrada de refugiados (aquí y aquí). El devenir de la historia los ha convertido en sociedades cerradas y monoculturales muy poco permeables a la entrada de refugiados. No es casualidad que, por ejemplo, desde la caída del comunismo aumentase la animadversión hacia los gitanos en la Rep. Checa, Polonia y Hungría y Bulgaria desde principios de la década del 2000 (más detalles aquí). La crisis económica de la UE y su menor nivel de renta no hizo más que reforzar los sentimientos nacionalistas en sociedades monoculturales. Luego nos sorprendemos de que la construcción europea vaya tan lenta. Demasiado rápida y demasiado bien va a tenor de la historia reciente. Europa se suicidó en 1914 y exportó al resto del mundo dos virus altamente nocivos y que han causado millones de víctimas: el nacionalismo y el totalitarismo (aquí se pueden incluir el fascismo, el nazismo, el comunismo y dictaduras varias como la franquista en España, Salazar en Portugal, Tito en Yugoslavia o la dictadura de los coroneles griegos, por citar algunas). Dada la historia europea, la UE –siguiendo la visión de Jacques Delors- apostó por la unión federal de estados-nación y no por una Europa federal de pueblos y regiones. El federalismo clásico (modelo norteamericano) exige que los países olviden episodios demasiado recientes de su historia. Y esto en la Europa actual es casi imposible (ejemplos los tenemos en la Guerra de los Balcanes en 1991-95 o en la actual guerra entre Ucrania y Rusia). Por el contrario, una federación de estados-nación impone que pertenezcan a un club, organismo o estructura supranacional (UE) sin tener que abandonar su soberanía y su historia. En principio, la actual UE apoyada en la federación de estados-nación parece mucho más sólida que la paz westfaliana basada en la negación alemana, el Congreso de Viena basado en la solidaridad ideológica y el sistema de alianzas bismarckiano. La historia dictará sentencia si a la cuarta se consigue consolidar el proyecto europeo.

Para saber más:
Todos los datos numéricos de corte histórico están extraídos del soberbio y excelente libro de Keith Lowe: Continente Salvaje. Las citas de páginas se corresponden con la edición en tapa blanda de 2015. Gran parte de los pasajes se han adaptado con fines docentes, pero las ideas principales siguen estando tomadas del libro de Lowe. Libro que recomiendo comprar efusivamente y que debería ser lectura obligatoria para entender la Europa actual.